08 enero 2016


“El recuerdo trajo también otra escena de su infancia: Estaba en la playa con su padre, y él pidió que probara si la temperatura del agua era buena. Ella tenía cinco años y se entusiasmó de poder ayudar; fue hasta la orilla y se mojó los pies. 

-Metí los pies, está fría -le dijo. 

El padre la tomó en brazos, fue con ella hasta la orilla del mar y sin ningún aviso la tiró dentro del agua. Ella se asustó, pero después se divirtió con la broma.

-¿Cómo está el agua? -preguntó el padre. -Está buena -respondió.

-Entonces, de aquí en adelante, cuando quieras saber alguna cosa, zambúllete en ella.

Había olvidado esta lección con mucha rapidez.

A pesar de tener solamente 21 años, ya se había interesado por muchas cosas y desistido con la misma rapidez con la que se entusiasmaba por ellas. No tenía miedo a las dificultades: lo que la asustaba era la obligación de tener que escoger un camino.
Escoger un camino significaba abandonar otros. Tenía una vida entera para vivir, y siempre pensaba que quizá se arrepintiera, en el futuro, de las cosas que quería hacer ahora.  

"Tengo miedo de comprometerme", pensó. 

Quería recorrer todos los caminos posibles, e iba a acabar no recorriendo ninguno. Ni siquiera en lo más importante de su vida, el amor, había conseguido ir hasta el final; después de la primera decepción, nunca más se entregó por completo. Temía el sufrimiento, la pérdida, la inevitable separación. Claro, estas cosas estaban siempre presentes en el camino del amor y la única manera de evitarlas era renunciando a recorrerlo. Para no sufrir, era preciso también no amar. Como si, para no ver las cosas malas de la vida, terminase necesitando agujerearse los ojos.

"Es muy complicado vivir." Había que correr riesgos, seguir ciertos caminos y abandonar otros. 

Paulo Coelho – “Brida”

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