06 marzo 2017

Quiero vivir en estado de aloha por el resto de mis días

“Aloha para aprender lo que no se dijo,
para ver lo que no puede ser visto
 y para conocer lo incognoscible.”
- Queen Lili'uokalani
 ¿Qué significa “Aloha”?
Aloha es la palabra “más hawaiana” conocida, puede significar hola o adiós. También significa amor y afecto
La palabra aloha se utiliza en combinación con otras palabras tales como: aloha kakahiaka, que significa buenos días; aloha auinala, que significa buenas tardes y aloha ahiahi, que significa buenas noches. 
Gracias al significado único y la popularidad del aloha, Hawaii es denominado “El Estado de Aloha”.

Aloha es un símbolo de Hawaii. Su significado va más allá de todas las definiciones que se puedan encontrar en los diccionarios.
La cultura de Hawái define el “Espíritu Aloha” como la motivación que se expresa a través de la alegría, la cortesía, la simpatía y razonabilidad, y no obviando otros aspectos como serenidad, sensualidad y un sano orgullo. En su tradición, se considera que la motivación Aloha cura el espíritu y el cuerpo y contagia felicidad.


¿Qué es el Espíritu Aloha?
El significado literal de aloha es “la presencia de la respiración” o “la respiración de la vida”. Viene de “alo” que significa presencia y “ha”, que significa respiración. Aloha es una manera de vivir y de tratar a los demás con amor y respeto. Su profundo significado comienza enseñándonos a amarnos a nosotros mismos para así poder amar a los demás.
De acuerdo con los viejos kahunas (sacerdotes), ser capaz de vivir el espíritu aloha era una manera de alcanzar la perfección y realización de nuestro propio cuerpo y alma. Aloha es dar y recibir energía positiva. Aloha es vivir en armonía. Cuando se vive el espíritu aloha, se crean sentimientos y pensamientos positivos duraderos. Estos sentimientos existen, se multiplican y se comparten con los demás.


 El espíritu aloha es considerado una “ley estatal”.* Aunque la palabra ley suene demasiado estricta y fuerte, el espíritu aloha no es del tipo de leyes que pueden generar problemas si se rompen. Su mayor propósito es que sirva como recordatorio a los oficiales del gobierno cuando cumplen con sus obligaciones para tratar a los demás con profundo cuidado y respeto, igual que lo hicieron sus ancestros. El espíritu aloha es más una lección que una ley. El hecho de aprender y aplicar esta lección en la vida real hace que los oficiales del gobierno pueden contribuir a hacer un mundo mejor, un mundo lleno de aloha.

El "Aloha Spirit." es la coordinación entre la mente y el corazón de cada persona. Lleva a cada individuo a su propio ser. Cada uno debe pensar y expresar sus emociones a los otros, en la presencia de la fuerza vital

Aloha
es más que una palabra para decir como bienvenida o despedida.

Aloha significa aprecio, afecto mutuo y calidez en ser atentos con los demás sin esperar nada a cambio.

Aloha es la esencia de las relaciones en las cuales cada persona es importante para la existencia colectiva.



02 marzo 2017


This song says:
no matter who you are,
  
no matter where you go in your life.

At some point you're going to need somebody to stand by you




¡Oh! CASABLANCA 

01 marzo 2017

Just one thing everybody wants
There in the bars
And through the smokescreen of the crowded restaurants
It's love
            Yes, all we're looking for, is love from someone else.




Leía en sus ojos los millares de veces que había imaginado aquel momento, los escenarios que había construido a nuestro alrededor, el corte de pelo que yo debía de llevar y el color de mi ropa. Yo quería decir «sí», que sería bienvenido, que mi corazón había ganado la batalla. Quería decirle cuánto lo amaba, cuánto lo deseaba en aquel momento.
Pero continué en silencio. Asistí, como en un sueño, a su lucha interior. Vi que tenía ante él mi «no», el miedo de perderme, las palabras duras que había oído en momentos semejantes, porque todos pasamos por eso, y acumulamos cicatrices.
Sus ojos empezaron a brillar. Sabía que estaba venciendo todas aquellas barreras.
Entonces solté una de sus manos, cogí un vaso y lo puse en el borde de la mesa.
— Se va a caer —dijo él.
— Exacto. Quiero que tú lo tires.
— ¿Romper un vaso?
Sí, romper un vaso. Un gesto aparentemente simple, pero que implicaba miedos que nunca llegaremos a entender del todo. ¿Qué hay de malo en romper un vaso barato, si todos hemos hecho eso sin querer alguna vez en la vida?
— ¿Romper un vaso? —repitió—. ¿Por qué?
— Podría dar algunas razones —respondí—. Pero la verdad es que es sencillamente por romperlo.
— ¿Por ti?
— Claro que no.
Él miraba el vaso en el borde de la mesa, preocupado de que fuese a caerse.
«Es un rito de pasaje, como tú mismo dices —tuve ganas de decirle—. Es lo prohibido. Los vasos no se rompen adrede. Cuando estamos en los restaurantes o en nuestras casas procuramos que los vasos no queden en el borde de la mesa. Nuestro universo exige que tengamos cuidado para que los vasos no caigan al suelo.»
Sin embargo, seguí pensando, cuando los rompemos sin querer, vemos que no era tan grave. El camarero dice «no tiene importancia», y nunca en mi vida, he visto que en la cuenta de un restaurante hayan incluido el precio de un vaso roto. Romper vasos forma parte de la vida y no nos hacemos daño a nosotros ni al restaurante ni al prójimo.
Moví la mesa. El vaso se bamboleó, pero no cayó.
— ¡Cuidado! —dijo él, instintivamente.
— Rompe el vaso —insistí.
Rompe el vaso, pensaba para mí, porque es un gesto simbólico. Trata de entender que yo rompí dentro de mí cosas mucho más importantes que un vaso, y estoy feliz de haberlo hecho. Mira tu propia lucha interior, y rompe ese vaso.
Porque nuestros padres nos enseñaron a tener cuidado con los vasos, y con los cuerpos. Nos enseñaron que las pasiones de la infancia son imposibles, que no debemos alejar a hombres del sacerdocio, que las personas no hacen milagros, y que nadie sale de viaje sin saber adónde va.
Rompe el vaso, por favor, y libéranos de todos esos conceptos malditos, de esa manía de tener que explicarlo todo y hacer sólo aquello que los demás aprueban.
—Rompe ese vaso —pedí una vez más.
Él clavó su mirada en la mía. Después, despacio, deslizó la mano de la mesa hasta tocar el vaso. Con un rápido movimiento, lo empujó al suelo. El ruido del vidrio roto llamó la atención de todos. En vez de disfrazar el gesto con alguna petición de disculpas, él me miraba sonriendo, y yo le devolvía la sonrisa.
 — No tiene importancia —gritó el chico que atendía las mesas.
Pero él no le oyó. Se había levantado, me había cogido por los cabellos y me besaba.
Yo también lo cogí por los cabellos, lo abracé con toda mi fuerza, le mordí los labios, sentí que su lengua se movía dentro de mi boca. Era un beso que había esperado mucho, que había nacido junto a los ríos de nuestra infancia, cuando todavía no comprendíamos el significado del amor. Un beso que quedó suspendido en el aire cuando crecimos, que viajó por el mundo a través del recuerdo de una medalla, que quedó escondido detrás de pilas de libros de estudios para un empleo público. Un beso que se había perdido tantas veces y que ahora había sido encontrado. En aquel minuto de beso estaban años de búsquedas, de desilusiones, de sueños imposibles. Lo besé con fuerza. Las pocas personas que había en aquel bar debieron de mirarnos y pensar que aquello no era más que un beso. No sabían que en ese minuto de beso estaba el resumen de mi vida, de su vida, de la vida de cualquier persona que espera, sueña y busca su camino bajo el sol. En aquel minuto de beso estaban todos los momentos de alegría que habla vivido.


Fragmento de “A orillas del río Piedra me senté y lloré” – Paulo Coelho

08 febrero 2017

FUENTE: https://www.facebook.com/metodoamarmejor/

A veces me desespero.
Porque algo me dice "ahora" y ese "algo" me desespera. Pero la desesperación es una desesperación distinta. No es ansiedad. No es mental.
La desesperación que yo tengo me nace desde el corazón. Como si mi corazón tuviera vida propia y me guiara. 
A veces, les confieso, mi corazón tiene una fuerza tan grande, tan inmensa, que me lleva puesta. Me subleva. Me revoluciona. 
Es que por eso me desespero. 
Porque el corazón me manda a hacer cosas. Y cuando esa sensación inigualable, que sale desde adentro del pecho, bien adentro, más adentro que cualquier órgano del cuerpo, me atraviesa yo ya no controlo. Ya no estoy a cargo. 
Y entonces, esa fuerza se apodera de mí y me lleva. 
A veces, me lleva a cambiar, otras a hablar, otras a callarme, otras a alejarme, otras a decir lo que tengo que decirle a otros, otras a quedarme al lado, otras a irme para no volver. Porque sino, esa fuerza interior me quema, me hace daño por dentro, me explota, me consume la energía, me desborda. 
Esa fuerza no es mía. Esa fuerza no la tengo yo. Esa fuerza es prestada. 
Y es justamente la fuerza que me quitó la venda de los ojos hace tantos años y, paradójicamente, me mostró la verdadera libertad. 
La fuerza celestial que a todos nos conduce a la nueva vida, a la nueva tierra, al nuevo mundo. 

La fuerza del amor que no podemos evitar. La fuerza del amor verdadero que a algunos locos, nos desespera.